domingo, 7 de marzo de 2010

Técnicas del yoga (2)

Mircea Eliade, Técnicas del yoga, Ed. Kairós, pp. 94-97:
«El yogui, al retirarse de la vida humana profana, encuentra otra, más profunda, más auténtica, porque es "rítmica"-, la vida misma del Cosmos. Se puede hablar de las primeras etapas yóguicas como de un esfuerzo hacia la "cosmización" del ser humano. En todas las técnicas psicofisiológicas, desde la asana (la postura específica de la práctica Yoga, tercer grupo de técnicas yóguicas) hasta la ekagrata (concentración firme y continua "en un sólo punto"), se adivina esta ambición de transformar el caos de la vida biomental profana en un Cosmos. En otros sitios hemos demostrado (...) que una buena parte de las prácticas yóguicas y tántricas encuentran su explicación en su finalidad de equiparar el cuerpo y la vida del ser humano con los astros y los ritmos cósmicos, en primer lugar con la Luna y el Sol. No se puede alcanzar la liberacion final sin conocer una etapa previa de "cosmización"; no se puede pasar directamente del caos a la Libertad. La fase intermedia es el "Cosmos", es decir, la realización del ritmo en todos los planos de la vida biomental. Ahora bien, este ritmo nos es indicado en la estructura del propio Universo por el papel "unificador" que juegan los astros y especialmente la Luna (pues es la Luna la que mide el tiempo e integra en el mismo conjunto una infinidad de realidades heterogéneas). Una gran parte de la fisiología mística se funda en la identificación de los "soles" y las "lunas" en el cuerpo humano.
»Ciertamente esta "cosmización" no es más que una fase intermedia, que Patañjali apenas menciona, pero que es de vital importancia en las otras escuelas místicas indias. (...) El samadhi (la concentración suprema, unión, conjunción; énstasis, éxtasis; modalidad del espíritu que hace posible la autorrevelación del Espíritu y de la liberación; "éxtasis"), con todas sus equivalencias tántricas, es por naturaleza propia un "estado" paradójico, pues vacía y al mismo tiempo llena hasta la saciedad al ser y al pensamiento.
» Señalemos que las experiencias yóguicas y tántricas más importantes crean una paradoja similar. en el pranayama (ritmo de la respiración, cuarto grupo de técnicas yóguicas), la vida coexiste con la retención del aliento (que es, en efecto, la contradicción flagrante de la vida); en la experiencia tántrica fundamental ("la detención del semen"), la "vida" coincide con la "muerte", el "acto" vuelve a ser "virtualidad". Evidentemente, la paradoja está implícita en la función misma del ritual indio (como, por otra parte, en todo ritual), ya que, por la magia de la ceremonia, la divinidad se incorpora a un objeto cualquiera, un "fragmento" (como, en el caso del sacrificio védico, el ladrillo del altar) coincide con el "Todo" (el Dios Parajapati), el No-Ser con el Ser. Desde esta perspectiva (de la fenomenología de la paradoja), el samadhi se sitúa en una línea bien conocida en la historia de las religiones y de las místicas: la de la coincidencia de los contrarios. Es cierto que esta vez la coincidencia no sólo es simbólica, sino concreta, experimental. Por el samadhi el yogui trasciende los contrarios y reúne en una experiencia única el vacío y lo rebosante, la vida y la muerte, el ser y el no-ser. Lo que es más: el samadhi, como todos los estados paradójicos, equivale a una reintegración de distintas modalidades de lo real en una sola: la plenitud no diferenciada ante la Creación, la unidad primordial. El yogui que alcanza el asamprajñata samadhi, realiza igualmente un sueño que obsesiona al espíritu humano desde los comienzos de su "historia": coincidir con el Todo, recobrar la Unidad, rehacer la no dualidad inicial, abolir el Tiempo y la Creación (es decir, la multiplicidad y la heterogeneidad cósmicas); especialmente erradicar la bipartición de lo real en objeto-sujeto.
» Sería un gran error considerar esta suprema reintegración como una simple regresión a lo indistinto primordial. El Yoga desemboca en el plano de la paradoja y no en una fácil y banal extinción de la conciencia. La India conocía desde tiempos inmemoriales los múltiples "trances" y "éxtasis" que se conseguían con los narcóticos y todos los otros medios de vaciado de la conciencia. No tenemos derecho a colocar el samadhi entre las innumerables clases de evasión espiritual. La liberación no se puede comparar al "sueño profundo" de la existencia prenatal, ni siquiera aunque aparentemente la recuperación de la totalidad alcanzada por el énstasis indiferenciado se asemeje a la beatitud de la preconsciencia fetal del ser humano. Siempre hemos de tener presente este importantísimo hecho: el yogui trabaja en todos los planos de conciencia y del subconsciente a fin de abrirse camino hacia el transconsciente (el conocimiento-posesión del Espíritu, del purusa), y penetra en el "sueño profundo" y en el "cuarto estado" turiya, (el estado cataléptico) con una extrema lucidez, sin caer en la autohipnosis. La importancia que conceden todos los autores a los estados yóguicos de sobre-consciencia nos indica que la reintegración final se realiza en esta dirección y no en la de un "trance" más o menos profundo. En otras palabras, la recuperación de la no-dualidad inicial mediante el samadhi apporta este elemento nuevo con relación a la situación primordial (la que existía antes de la bipartición entre lo real y el objeto-sujeto): el conocimiento de la unidad y de la beatitud. Se produce un "retorno al origen", pero con la diferencia de que "el liberado en vida" recobra la situación original enriquecida con las dimensiones de la libertad y la conciencia. En otras palabras, no recupera automáticamente una situación "dada" sino que reintegra la plenitud original tras haber instaurado este modo de ser inédito y paradójico: la conciencia de la libertad, que no existe en ninguna parte en el Cosmos, ni en los planos de la existencia, ni en los de la "divinidad mitológica" (los dioses, deva), que sólo existe en el Ser supremo.
» Aquí es donde mejor apreciamos el carácter iniciático del Yoga, pues en la iniciación también "morimos" para "renacer"; pero este nuevo nacimiento no repite el "nacimiento natural", el neófito no se reencuentra con el mundo profano al que acababa de morir durante la iniciación, sino con un mundo sagrado, que corresponde a un nuevo modo de ser, inaccesible en el plano "natural" (profano) de la existencia.

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