lunes, 15 de marzo de 2010

El Vedanta y la tradición occidental (5)

Ananda K. Coomaraswamy, El Vedanta y la tradición occidental, Ed. Siruela, pp 179-181:
«Nuestra parte divina, nuestro Sí real, o "Alma del alma", es el espectador impasible del destino de los vehículos psicofísicos, que evidentemente no está "interesado" ni implicado en sus vicisitudes y nos las toma en serio, del mismo modo que un aficionado al teatro no se toma en serio los personajes del escenario y, si lo hace, difícilmente se podrá decir que está contemplando la obra, sino que más bien estará implicado en ella. Es con esta parte más elevada de nosotros con la que nos identificamos si "sabemos quiénes somos", y es sin duda en ella en la que piensa Platón cuando dice en más de una ocasión que "los asuntos humanos no deben ser tomados muy seriamente", y es también en este sentido en el que se nos pedirá "no pensar en el mañana" (Mt 6, 34).
»No debemos confundir esa falta de "interés" con lo que de ordinario se entiendo por "apatía" ni con la inercia que se supone debe ser la consecuencia de esa ataraxia. Lo que realmente implica la "apatía" es, desde luego, una independencia de toda motivación derivada del placer y del dolor; esto no excluye la idea de una actividad, sino solamente la de una actividad impuesta por condiciones que no hemos elegido. (...) Somos conscientes de que un hombre de estado desinteresado será mejor gobernante que otro con "intereses" particulares que favorecer; "la tiranía es la monarquía que gobierna en interés del monarca" (Aristóteles, Política III.5). El buen actor es aquel para quien "lo importante es la obra", pero no el que ve en ella una oportunidad para exhibirse. El médico llama a otro médico para operar a algún miembro de su familia, precisamente porque un extraño estará menos "interesado" en el destino de su esposa o de su hijo, y por tanto será más capaz de jugar esa partida con la muerte (...)

»Es cierto que podemos perder si no hacemos trampas: pero el verdadero objetivo del juego es que no juguemos solamente para ganar, sino para representar nuestro papel, determinado por nuestra propia naturaleza, y que nuestro único interés sea jugar bien, sin tener en cuenta el resultado, que no podemos conocer de antemano. "Controlamos solamente la acción, pero no sus frutos; por tanto, no permitas que el fruto de la acción sea tu móvil, ni vaciles al actuar (Bhagavad Gita II. 47). "Las batallas se pierden con el mismo espíritu que se ganan" (Whitman); la victoria depende de numerosos factores que están más allá de nuestro control y no debemos preocuparnos de aquello de lo que no somos responsables.
»La actividad de Dios se llama "juego" precisamente porque se supone que él no tiene fines particulares que perseguir; en este mismo sentido, nuestra vida puede ser "jugada", y, en la medida en que la mejor parte de nosotros está en juego, sin depender de él, la propia vida se converte en juego. Llegados a ese punto, no distinguimos ya el juego del trabajo.»

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