Sigmund Freud, Lo siniestro, Ed. López Crespo, pp 125-126 (fragmento de El hombre de arena, de E.T.A. Hoffmann):
»Nataniel, que había quedado solo en la galería, la recorría en todos sentidos, dando saltos y gritando: “Gira, gira círculo de fuego! ¡Gira!”. La multitud se había reunido, atraída por sus gritos, y entre la gente se veía a Coppelius que sobrepasaba a sus vecinos por su altura extraordinaria. Alguien propuso subir a la torre para apoderarse del insensato; pero Coppelius dijo sonriendo: “Esperad un poco; ya bajará solo”, y siguió mirando hacia arriba como los demás. Nataniel de pronto se detuvo y permaneció inmóvil. Miró hacia abajo y, distinguiendo a Coppelius, exclamó con voz penetrante: “¡Ah, hermosos ojos! ¡Bellos ojos!”, y se arrojó por encima de la barandilla del balcón. Cuando Nataniel quedó tendido sobre el pavimento, con la cabeza rota, Coppelius desapareció»
»Nataniel, que había quedado solo en la galería, la recorría en todos sentidos, dando saltos y gritando: “Gira, gira círculo de fuego! ¡Gira!”. La multitud se había reunido, atraída por sus gritos, y entre la gente se veía a Coppelius que sobrepasaba a sus vecinos por su altura extraordinaria. Alguien propuso subir a la torre para apoderarse del insensato; pero Coppelius dijo sonriendo: “Esperad un poco; ya bajará solo”, y siguió mirando hacia arriba como los demás. Nataniel de pronto se detuvo y permaneció inmóvil. Miró hacia abajo y, distinguiendo a Coppelius, exclamó con voz penetrante: “¡Ah, hermosos ojos! ¡Bellos ojos!”, y se arrojó por encima de la barandilla del balcón. Cuando Nataniel quedó tendido sobre el pavimento, con la cabeza rota, Coppelius desapareció»
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