lunes, 27 de diciembre de 2010

"Las afinidades electivas" de Goethe, W. Benjamin

Walter Benjamin, «"Las afinidades electivas" de Goethe», dentro de Obras, Libro I, volumen 1 ed. Abada, pp. 208-209:
«Porque la belleza no es apariencia, no es velo que cubra toda la cosa. Como tal, ella misma no es fenómeno, sino absolutamente esencia, y una por supuesto que sólo sigue siendo esencialmente igual a sí misma bajo el velamiento. Por eso la apariencia quizá sea un engaño en cualquier otra parte, más la apariencia bella es el velo ante lo necesariamente más velado. Por cuanto lo bello no es ni ese velo ni el objeti velado, sino que es el objeto en su velo. Pero éste, desvelado, se mostraría infinitamente inaparente. Aquí se funda la antiquísima opinión de que en el desvelamiento se transforma lo velado, y que se mantendrá “igual a sí mismo” solamente bajo el velamiento. Respecto a todo lo bello, en consecuencia, la idea del desvelamiento se convierte en la idea de la indesvelabilidad, que es la idea de la crítica de arte. Así, ésta no debe alzar el velo, ya que sólo mediante su más preciso conocimiento como velo podrá por fin alzarse a la verdadera contemplación de lo que es bello. (…) Nunca se ha comprendido todavía una verdadera obra de arte, sino cuando de modo ineluctable se la ha presentado como misterio. Ya que no de otro modo cabe definir ese objeto al que, en última instancia, el velo es esencial. Como sólo lo bello y nada fuera de él, velante y velado, puede ser esencial, la divina razón de ser de la belleza reside en el misterio»

lunes, 6 de diciembre de 2010

La sabiduría del bosque, Antología de las principales Upanisads

V.V.A.A., La sabiduría del bosque. Antología de las principales Upanisads, Ed. Trotta, p. 36
«En la tradición védica, brahmánica y upanishádica hay un sentido profundo de adoración de la palabra en sí. Vac, Palabra o Verbo, es en sí la esencia de la revelación, la revelación y lo revelado, la creación y el objeto creado. Como concepto y expresión reveladora y revelada, creadora y creada, es el proceso evolutivo-involutivo de todo el universo.»

martes, 30 de noviembre de 2010

El mito del eterno retorno, M. Eliade (2)


Mircea Eliade, El mito del eterno retorno, Ed. Alianza, pp. 95-96:

«El Dios -como tantas veces el "justo", el "inocente"- sufría sin ser culpable. Se le humillaba, se le golpeaba hasta sangrar, encerrado en un "pozo", es decir, en el infierno. Ahí es donde la Gran Diosa (o, en las versiones tardías y gnósticas, un "mensajero") le visitaba, le daba valor y le resucitaba. Ese mito tan consolador del sufrimiento del dios tardó mucho en desaparecer de la conciencia de los pueblos orientales. El profesor Geo Widengren, por ejemplo, cree volver a encontrarlo entre los prototipos maniqueístas y mandeanos»

sábado, 20 de noviembre de 2010

Los nombres secretos de Walter Benjamin, G. Scholem

Gershom Scholem, Los nombres secretos de Walter Benjamin, Ed. Trotta, pp. 71-72:
«El ángel que Paul Klee evoca en su pintura era ciertamente enigmático, si bien enigmático de un modo completamente diferente que el ángel, digamos, de las Elegías de Duino y otros poemas, en los cuales el elemento judío del mensajero que trae consigo un mensaje se ha perdido por completo. En hebreo, efectivamente, la palabra para “ángel” es idéntica a la que se emplea para “mensajero” (mal’aj) (…) A esto se añadía para benjamín otra concepción de la tradición judía: la del ángel personal de cada ser humano, que representa su más secreto yo y cuyo nombre, sin embargo, permanece para él oculto. En figura de ángel, pero en parte también en la de nombre secreto, el yo celestial del ser humano (como el de todo lo creado) está tejido en una cortina que cuelga delante del trono de Dios. Este ángel ciertamente puede también entrar en oposición y en una relación de tensión con la criatura terrenal a la que debe acompañar.»

domingo, 14 de noviembre de 2010

El mito del eterno retorno, Mircea Eliade

Mircea Eliade, El mito del eterno retorno, Ed. Alianza, p. 15:
«Pasaremos ahora a los actos humanos, naturalmente a los que no dependen del puro automatismo; su significación, su valor, no están vinculados a su magnitud física bruta, sino a la calidad que les da el ser reproducción de un acto primordial, repetición de un ejemplar mítico. La nutrición no es una simple operación fisiológica; renueva una comunión. El casamiento y la orgía colectiva nos remiten a prototipos míticos; se reiteran porque fueron consagrados en el origen (“en aquellos tiempos”, ab origine) por dioses, “antepasados” o héroes.
En el detalle de su comportamiento consciente, el “primitivo”, el hombre arcaico, no conoce ningún acto que no haya sido planteado y vivido anteriormente por otro, otro que no era un hombre. Lo que él hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestos inaugurados por otros.»

sábado, 30 de octubre de 2010

Sobre los sueños y la muerte, M.L. von Franz (6)

Marie-Louise von Franz, Sobre los sueños y la muerte, Ed. Kairós, pp. 144-145:
«Edward Edinger nos relata un sueño muy sugerente de un hombre deshauciado:
"Me han dado una tarea que casi es demasiado difícil para mí. El tronco de un árbol de madera dura y pesada se encuentra recubierto en el bosque. Tengo que sacarlo a la luz y aserrar o cortar un trozo redondo y decorarlo con un ornamento (diseño) (que penetre). El resultado debe conservarse a cualquier precio, porque representa algo que no se volverá a repetir y que corre el peligro de perderse. Al mismo tiempo debo realizar una grabación que describe en todos los detalles, qué es y qué representa: todo su sentido. Posteriormente este objeto y la cinta grabada deberán ser regalados a una biblioteca pública. Alguien dice que únicamente alguien en la biblioteca sabrá cómo se puede impedir que la cinta desaparezca en el transcurso de cinco años."
Tal como lo interpreta Edinger, esta figura es una quintaesencia única, la meta y la perfección de la existencia física. Esta quintaesencia se conserva como crecimiento continuo de una biblioteca transpersonal colectiva, una especie de "casa de tesoros del espíritu". Esto se asemeja de forma increíble a la idea de Simón el Mago de un "granero celestial", al cual se lleva el "fruto".
El "fruto" en el más allá está descrito a menudo como piedra, fruto de oro, cuerpo diamantino, es decir como algo estático, cerrado, mientras que el yo que aún vive en la temporalidad se experimenta a sí mismo como una "corriente" de fantasías. Según el informe de Jung, lo que desaparecería con la muerte del yo cotidiano es la esperanza, los deseos, apetitos, miedos, etc., es decir la relación afectiva y emocional con el futuro; sólo se conservaría, lo que era y es. Este desear, temer, apetecer, corresponde más a la consciencia B de Geddee, que parece estar estrechamente ligada al campo somático.»

jueves, 14 de octubre de 2010

Sobre los sueños y la muerte, M.L. von Franz (5)

(Isla de los muertos, Bocklin)
Marie-Louise von Franz, Sobre los sueños y la muerte, Ed. Kairós, pp. 93-95:
«Pero el tema del viaje se encuentra de lo más extendido en el culto funerario de los egipcios, donde las bau (almas) de los difuntos viajan con el dios Sol en su barca. El viaje al más allá sigue el curso del sol, se inicia con el descenso al mundo subterráneo, a las "cuevas de Sokar" y a través de diferentes lugares, en parte impedidos por poderes amenazadores, continúan hacia el este donde el muerto vuelve a la vida junto con el dios Sol, deja su momia en el mundo subterráneo y acompaña en forma de ba al dios Sol que renace en el este. El sol como meta del largo camino del difunto apareció también en el sueño del catre mencionado en la página 88. Simboliza la consciencia más elevada, la meta del proceso de individuación. La posición hacia el oriente de los enterrados en muchas culturas antiguas e incluso en algunas actuales alude a esta idea, es decir que la resurrección es al mismo tiempo algo así como una nueva salida del sol.
En Egipto la relación entre el recorrido del sol y el misterio de la muerte y de la vida creó una cultura especialmente rica. El sol es para los egipcios el garante de todo orden: "La noche, la oscuridad, la muerte, son especialmente peligrosos para los humanos porque están relacionados con el mundo anterior y exterior a la creación, es decir fuera del orden. En este desorden, que los egipcios denominan kra, no ser, no es posible la vida humana, como tampoco lo es sin el sol." Así fue al sol, al que, como símbolo de la nueva vida después de la muerte, los egipcios rendían tributo con máxima seriedad y un empeño material y espiritual muy importante. Visto desde una perspectiva psicológica, tal como resulta de la representación citada, el sol es un símbolo de la fuente de la consciencia