miércoles, 5 de mayo de 2010

Infancia en Berlín hacia el 1900, Benjamin (2)



Epílogo de Klaus Wagner, Benjamin W., Infancia en Berlín hacia el 1900, Ed. Alfaguara, pp. 143-144:
«Incluso en las miniaturas delicadas y siniestras, Benjamin seguía siendo el custodio de la Filosofía, el príncipe de los duendes. Como un consuelo, el estallido de la desesperación descubre el país de las hadas, del cual se habla en una poesía apócrifa y atribuida a Hölderlin. Suena como el escrito de Benjamin, y él le tomó cariño:
Con rosas envuelven
la vida de los mortales
las hadas generosas;
se mueven y obran
en miles de formas,
ya feas, ya bellas.
Allí donde mandan
todo es risa, con flores
y verdor de esmaltes.
Su aula de topacios
soberbios y adornos
tiene de vasos de diamantes.
Los aromas de Ceilán
perfuman, eternos,
los aires de los jardines.
Las sendas, no de arena
sino de perlas, están cubiertas,
como suelen en estas tierras.
Desde Salomón, no llegó
al fantástico reino
ningún aeronauta.
Esto, en confianza, según figuras
en tumbas de momias,
me dijo un silfo.»

lunes, 3 de mayo de 2010

El hombrecillo jorobado, Walter Benjamin


Walter Benjamin, «El hombrecillo jorobado», Infancia en Berlín hacia 1900, Ed. Alfaguara, pp. 136-139:

«Cuando era pequeño me gustaba mirar durante los paseos por aquellas rejas horizontales que permitían colocarse delante de un escaparate incluso cuando se abría el escotillón que servía para proporcionar un poco de luz y aire a los tragaluces que se encontraban en las profundidades. Los tragaluces no daban afuera, sino, antes bien, a lo subterráneo. (...) Si de día lo intentaba en vano, podía ocurrir lo contrario por las noches, y era preso por miradas que me apuntaban. Gnomos con caperuzas las lanzaban. Pero apenas me había asustado hasta los tuétanos, cuando ya desaparecían. Para mí no había ninguna diferencia estricta entre el mundo que animaba esas ventanas durante el día y el otro que por las noches me asaltaba en mis sueños. (...)
» A mí me producía horror. El jorobado era de la misma casta. Sólo ahora sé cuál era su nombre. Mi madre me lo reveló sin saberlo. "El Torpe" te envía saludos, decía cuando había roto algo o me había caido. Y ahora comprendo de qué hablaba. Hablaba del hombrecillo jorobado que me había mirado. A quien este hombrecillo mira, no pone atención ni en sí mismo ni tampoco en el hombrecillo. Se encuentra sobresaltado ante un montón de pedazos. (...)
»Llevaba las de perder donde apareciera. Las cosas se sustraían hasta que, pasando el tiempo, el jardín se hubiera convertido en jardincillo, mi cuarto en cuartito y el banco en un banquillo. Se encogían y parecía que les crecía una joroba que las incorporaba por largo tiempo al mundo del hombrecillo. El hombrecillo se me adelantaba a todas partes. Atento, me atajaba el paso. Por lo demás, no me hacía nada, este genio protector gris, sino recaudar de cualquier cosa que tocaba el tributo del olvido. (...)
» Así encontré al hombrecillo muchas veces. Sin embargo, jamás lo vi. En cambio él me veía, y tanto más claro cuanto menos veía yo de mí mismo. Pienso que eso de "toda la vida" que dicen pasa ante los ojos del moribundo se compone de las imágenes que el hombrecillo tiene de todos nosotros. Pasan corriendo como esas hojas de los libritos de encuadernación prieta que fueron los precursores de nuestros cinematógrafos. Con una ligera presión, el pulgar pasaba por el canto; entonces aparecían por segundos unas imágenes que apenas se diferenciaban las unas de las otras. En su fugaz decurso se podía reconocer al boxeador en su faena y al nadador luchando con las olas. El hombrecillo tiene también imágenes de mí. Me vio en el escondrijo, delante de la piscina de la nutria, en la mañana de invierno, en el teléfono del pasillo, en el Brauhausberg con las mariposas, en el patinadero, con las charangas, delante del costurero, inclinado sobre mi cajón, en el Blumeshof y cuando estaba enfermo en la cama, en Glienicke y en la estación del ferrocarril. Ha terminado su labor. Sin embargo, su voz, que recuerda el zumbar de la mecha del gas, me sigue murmurando más allá del fin del siglo las palabras: "Hijo mío, te lo ruego, reza también por el hombrecillo".»

viernes, 16 de abril de 2010

viernes, 9 de abril de 2010

El banquete, Platón

Platón, El banquete, Ed. Tecnos, pp. 53-54 (202 C- 203 B):
«—¿Qué cosa puede ser entonces el Amor? —le objeté—. ¿Un mortal?
—No, ni mucho menos.
—Entonces, ¿qué?
—Como en los casos anteriores —repuso—, algo intermedio entre mortal e inmortal.
—¿Qué, Diotima?
—Un gran genio (daimon), Sócrates, pues todo lo que es genio, está entre lo divino y lo mortal.
—¿Y qué poder tiene? —le repliqué yo.
—Interpeta y transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas, las súplicas y los sacrificios de los unos y las órdenes y las recompnesas a los sacrificios de los otros. Colocado entre unos y otros rellena el hueco, de manera que el Todo quede ligado consigo mismo. A través de él discurre el arte adivinatoria en su totalidad, y el arte de los sacerdotes relativa a los sacrificios, a las iniciaciones, a los encantos, a la mántica toda y a la magia. La divinidad no se pone en contacto con el hombre, sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño. Así, el hombre sabio con relación a tales conocimientos es un hombre "genial" y el que lo es en otra cosa cualquiera, bien en las artes o en los oficios, un simple menestral. Estos genios, por supuesto, son muchos y de muy variadas clases y uno de ellos es el Amor.»

martes, 30 de marzo de 2010

Ensayos sobre simbolismo

(Anima mundi, Thurneisser zum Thurn, Quinta Essentia, Leipzig, 1574)

W.B. Yeats, Ensayos sobre simbolismo, Ed. Langre:
«Creo en la práctica y en la filosofía de lo que de común acuerdo llamamos magia, en lo que debo llamar la evocación de espíritus, aunque no sepa lo que son, en el poder de crear ilusiones mágicas, en las visiones de la verdad en las profundidades de la mente cuando los ojos están cerrados; y creo en tres doctrinas que, a mi entender, han sido transmitidas desde los primeros tiempos, y que han sido los fundamentos de casi todas las prácticas de magia.
Estas doctrinas son:
(1) Que las fronteras de nuestra mente están cambiando sin cesar, y que muchas mentes pueden fluir, por decirlo así, de unas a otras y crear o revelar una sola mente, una sola energía.
(2) Que las fronteras de nuestras memorias están igualmente cambiando, y que nuestras memorias forman parte de una sola gran memoria, la memoria de la Naturaleza misma.
(3) Que esta gran mente y esta gran memoria pueden ser evocadas por medio de símbolos.»


viernes, 19 de marzo de 2010

La belleza

(San Juan Bautista, o Leonardo o taller de Leonardo)
Stefano Zecchi, La belleza, Ed. Tecnos, p. 19:
«Hablar de la experiencia de la belleza considerándola una forma de saber es una provocación para rechazar la lógica cultural dominante, y una orientación para nuevas posibilidades de unión entre diferentes figuras intelecutales. La belleza no es la armonía o el equilibrio que se alcanza al final del camino: está en el origen, es lo que mueve la duda, la reflexión filosófica sobre los conflictos reales, el deseo de dar testimonio. Por ello es por lo que el filósofo y el artista, que se miden con la belleza y la encuentran en el centro de su experiencia, crean: crean porque recuerdan algo que ha sido olvidado, porque unen lo todavía-no-presente con lo originario.
»De este modo, precisamente porque considero la belleza una forma esencial del saber, de la que hay que tratar de entender su secreto y su magia, sé bien que su presencia posee el carácter del enigma: no dice ni esconde, sino que señala; soy consciente de que las palabras y las fórmulas no consiguen encerrar y definir su complejidad, su vida, su verdad, sino el engaño que se quiere introducir en su nombre: por ello quisiera ver en el arte y en la filosofía la verdad de una palabra alta y arriesgada para orientar y condicionar el curso político de la historia.»

jueves, 18 de marzo de 2010

El Vedanta y la tradición occidental (8)

Ananda K. Coomaraswamy, El Vedanta y la tradición occidental, Ed. Siruela, pp. 309-310:
«(...) la ciencia metafísica se preocupa únicamente por el Sí inmortal del sí, el Alma del alma. Ese Sí o Persona no es una personalidad, y nunca puede convertirse en objeto de conocimiento ("¿Por medio de qué se puede discriminar al discriminador?" Brhadaranyaka Upanishad), pero es siempre su substancia; es el principio vivo, espirante, en toda individualidad psico-hílica, "hasta en las hormigas" (Aitareya Aranyaka), y es, de hecho, el "único transmigrante" en todas las transmigraciones y evoluciones. Por eso consideramos que la psicología tradicional es una pneumatología más que una ciencia del "alma". Y como el Sí "nunca se convierte en alguien" (Katha Upanishad), la ciencia metafísica es fundamentalmente una ciencia del "autoanonadamiento".»