domingo, 28 de febrero de 2010

La tempestad, de W. Shakespeare

W. Shakespeare, La tempestad, Ed. Cátedra, pp. 379-383 (traducción de Manuel Ángel Conejero Tomás-Bayer y Jenaro Talens Carmona:
Próspero:
Oh, vosotros, elfos de las colinas, riachuelos, lagos
tranquilos y bosques; y vosotros, que sin dejar huella
en la eran perseguís a Neptuno cuando se retira
para huir corriendo si retorna; vosotros, duendecillos
que a la luz de la luna hacéis cercos de hierba amarga
que la oveja no quiere comer; y vosotros, que por diversión
criáis hongos nocturnos; que con gran alboroto
oís el toque de queda solemne, con cuya ayuda,
-oh débiles maestrillos- he oscurecido el sol
de mediodía, he despertados los vientos impetuosos
y desatado en guerra estruendosa el verde mar
contra la bóveda de azur; yo he prendido el fuego
del terrible trueno estrepitoso, y he astillado
el roble de Júpiter con su propio rayo; hice temblar
promontorios de base firme, y de cuajo arranqué
pinos y cedros; y a mi señal las tumbas despertaron
a los muertos y se abrieron para dejarles huir,
gracias al poder de mi arte. Yo, aquí, ahora, abjuro
de mi magia violenta. Y, cuando haya requerido
la música del cielo -tal como hago ahora-
para que sobre sus sentidos obre, según mis fines,
el melódico hechizo, romperé mi vara
para sepultarla en la tierra, bien profunda;
y a mucha más profundidad de la que pueda alcanzar
sonda alguna, sumergiré mi libro.

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