sábado, 25 de junio de 2011

Walden y Del deber de la desobediencia civil, Thoreau (5)

Henry D. Thoreau, Walden y Del deber de la desobediencia civil, Ed. Juventud, p. 416:

«Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución, es decir, el privilegio de rehusar adhesión al Gobierno y de resistírsele cuando su tiranía o su incapacidad son visibles e intolerables.»

viernes, 24 de junio de 2011

Walden y Del deber de la desobediencia civil, Thoreau (4)




Henry D. Thoreau, Walden y Del deber de la desobediencia civil, Ed. Juventud, p. 413:


«¿Debe rendir el ciudadano su conciencia, siquiera por un momento, o en el grado más mínimo, al legislador? ¿Por qué posee, pues, cada hombre una conciencia? Estimo que debiéramos ser hombres primero y súbditos luego. No es deseable cultivar por la ley un respeto igual al que se acuerda a lo justo. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en todo momento lo que considero propio. Se dice, verdad es, que toda corporación carece de conciencia; pero una corporación de hombres que sí la tienen es una corporación con conciencia. La ley jamás hizo a los hombres un ápice más justos; y, en razón de su respeto por ellos, incluso los mejor dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia.»

jueves, 23 de junio de 2011

Walden y Del Deber de la desobediencia civil, Thoreau (3)

Henry D. Thoreau, Walden y Del deber de la desobediencia civil, Ed. Juventud, p. 119:


«No conozco hecho más estimulante que la incuestionable capacidad del hombre para elevar su vida por medio del esfuerzo consciente. Es algo, ciertamente, el poder pintar un cuadro particular, el esculpir una estatua o, en fin, el hacer bellos algunos objetos; sin embargo, es mucho más glorioso el esculpir o pintar la atmósfera misma, el medio a través del que miramos, lo cual es factible moralmente. Influir en la calidad del día, és es la más elevada de las artes. Todo hombre tiene la tarea de hacer su vida, hasta en los detalles, digna de la contemplación de su hora más elevada y crítica.»

sábado, 18 de junio de 2011

Walden y Del deber de la desobediencia civil, Thoreau (2)


Herny D. Thoreau, Walden y Del deber de la desobediencia civil, Ed. Juventud, p. 77:
«El construir un tendido alrededor del mundo que sea asequible a la humanidad entera, equivale a nivelar toda la superficie del planeta. Los hombres abrigan la vaga idea de que si mantienen esta actividad conjunta de capitales y palas durante suficiente tiempo, todos terminarán por dirigirse a algún sitio, sin gasto apenas de tiempo y gratis; pero auqnue la multitud se apresura hacia la estación y el conductor grita "¡Al tren!", cuando se disipe la humareda y se haya condensado el vapor se verá que sólo unos pocos han embarcado y que la inmensa mayoría ha sido atropellada. Se hablará entonces de un "accidente de melancolía" y tal será. No hay duda de que quienes hayan ganado el importe de su billete viajarán al fin, es decir, si sobreviven el tiempo suficiente; pero para entonces habrán perdido probablemente su agilidad y aun el deseo de moverse»

viernes, 17 de junio de 2011

Walden y Del deber de la desobediencia civil, Thoreau


Henry D. Thoreau, Walden y Del deber de la desobediencia civil, Ed. Juventud, p. 32:
«La mayoría de lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no sólo no son indispensables, sino obstáculo cierto para la elevación de la humanidad. En lo que se refiere a estos lujos y comodidades, la vida de los más sabios ha sido siempre más sencilla y sobria que la de los pobres. Los antiguos filósofos chinos, hindúes, persas y griegos fueron una clase de gente jamás igualada en pobreza externa y riqueza interna. No es muhco lo que sabemos de ellos, pero es notable que sepamos tanto. Igual reza para con los más modernos reformadores y bienhechores de la raza. Nadie puede ser observador imparcial y certero de la raza humana, a menos que se encuentre en la ventajosa posición de lo que deberíamos llamar pobreza voluntaria. El fruto de una vida de lujo no es otro que éste, ya sea en la agricultura, en el comercio, en la literatura o en el arte. Hoy hay profesores de filosofía, pero no filósofos. Y sin embargo, es admirable enseñarla porque un tiempo no lo fue menos vivirla. Ser un filósofo no consiste meramente en tener pensamientos sutiles, ni siquiera en fundar una escuela, sino en amar la sabiduría hasta el punto de vivir conforme a sus dictados una vida sencilla, independiente, magnánima y confiada. Estriba en resolver algunos de los problemas de la vida, no sólo desde el punto de vista teórico sino también práctico.»

lunes, 13 de junio de 2011

El hombre de la arena y otras historias siniestras, E.T.A. Hoffamann

El hombre de la arena y otras historias siniestras, E.T.A. Hoffmann, Ed. Valdemar, pp. 125-128:
«(...) Cuando se aspira a alcanr lo más alto, no la sensualidad de la carne, como Tiziano, no, sino lo más alto de la divina Naturaleza, el fuego de Prometeo en los hombres... ¡Señor, Señor!... se encuentra uno al borde del precipicio, sobre un finísimo cable... ¡El abismo se abre a sus pies!... Sobre él planea el audaz argonauta, mas un engaño diabólico lo atrae al fondo... Allí ve lo que él quiso contemplar arriba, más allá de las estrellas. (...)
¡Qué cosa tan extraordinaria es la norma!... Todas las líneas se unen para alcanzar un propósito determinado, para producir un efecto que ha sido previsto con claridad. Sólo lo mensurable es puramente humano; lo que sobrepasa la medida trae desgracia, mal. Lo sobrehumano es cosa de Dios o del diablo; ¿acaso el hombre no debe superar a ambos en las matemáticas? ¿Acaso no es de agradecer que Dios nos haya creado expresamente para que nos ocupemos de lo que fue creado bajo normas y reglas, es decir, de lo puramente conmensurable (...)?
¡El ideal es un sueño estúpido y engañoso producido por el hervor de la sangre! ¡Fuera los botes de ahí, joven!... Voy a bajar. El diablo se divierte voviéndonos lcoos con marionetas a las que pone alas de ángel.
Sería imposible repeitr literalmente todo lo que dijo Berthold mientras pintaba y me trataba como si hubiera sido su ayudante. Continuó hablando en el mismo tono, mofándose con gran amargura de los límites de toda empresa humana. ¡Ah! El pintor parecía estar indagando en las profunidades de un espíritu herido de muerte cuyo lamento sólo pudiera expresarse con la más cortante de las ironías. Comenzaba a amanecer, el brillo de la antorcha languideció ante los nacientes rayos del sol. Berthold continuó pintando con energía y aplicación, aunque cada vez se sumía más y más en un profundo silencio, y tan sólo algunos sonidos aislados, y al final sólo algunos suspiros, se escapaban de vez en cuando de su pecho angustiado. »