domingo, 27 de febrero de 2011

El Arquitecto y el Emperador de Asiria, F. Arrabal


Fernando Arrabal, El cementerio de automóviles / El Arquitecto y el Emperador de Asiria, Ed. Cátedra, pp. 165-166:
«ARQUITECTO.-¿Apago?

EMPERADOR.-Haz lo que quieras.

ARQUITECTO.-Lo-lo-mil-lolooo-looo. (El cielo se oscurece ante las palabras del ARQUITECTO y llega la noche. Oscuridad total.)

VOZ DEL EMPERADOR EN LA OSCURIDAD.-¡Otra vez con tus bromas! Estoy harto... Haz que vuelva el día, que vuelva la luz. Aún no me he levado los dientes.

VOZ DEL ARQUITECTO.-Pero me habías dicho que hiciera lo que quisiera.

VOZ DEL EMPERADOR.-Todo lo que quieras, salvo que hagas la noche.

VOZ DEL ARQUITECTO.-Ya voy, hombre.

VOZ DEL EMPERADOR.-¡De prisa!

VOZ DEL ARQUITECTO.-¡Mi-ti-rrii-tiii! (Vuelve el día con la misma facilidad que se fue.)

EMPERADOR.-No me vuelvas a dar estos sustos.

ARQUITECTO.-Creí que querías dormir.

EMPERADOR.-No te metas tú en eso. Bastantes cosas tenemos que llevar nosotros mismos. Deja que la naturaleza se encargue del sol, de la luna.

ARQUITECTO.-¿Me enseñas por fin la filosofía?

EMPERADOR.-¿La filosofía? ¿Yo? (Sublime.) La filosofía... ¡Qué maravilla! Un día te enseñaré esa extraordinaria conquista humana. Ese invento maravilloso de la civilización. (Inquieto.) Dime, pero ¿cómo haces eso de hacer de noche y el día)

ARQUITECTO.-Pues nada, es muy sencillo. Ni sé cómo lo hago.

EMPERADOR.-¿Y esas palabras que mascullas...?

ARQUITECTO.-Las digo porque sí. Pero también la noche puede llegar sin esas palabras... Basta con que lo desee.»

viernes, 11 de febrero de 2011

Guerra y guerra, L. Krasznahorkai (4)

Lászlo Krasznahorkai, Guerra y guerra, Ed. Acantilado, pp. 138-139:
«(...) ese lugar era ante la totalidad de la naturaleza, como ante algo cuya esencia no comprendíamos, aunque sabíamos que nos afectaba, sólo emocionarse y estremecerse, continuó Kasser, esa situación excepcional de poder valorar la belleza radiante en su totalidad, si bien la valoración consistía tan sólo en maravillarse desconcertado de la belleza, pues aquello era hermoso, dijo Kasser señalando el lejano horizonte marino allá abajo, hermosas eran las ininterrumpida infinitu del oleaje y la luz nocturna reflejada en la espuma, hermosas las montañas a sus espaldas y también, más allá, las tierras bajas, los ríos y los bosques, hermoso e inconmensurablemente rico, explicó Kasser, pues había que añadirlas necesariamente, la inconmensurabilidad y la riqueza, porque si uno repasaba sus pensamientos al reflexionar sobre la natura, siempre acababa recalando en la inconmensurabilidad y en la riqueza, y eso que tan sólo se refería a los miles de millones de participantes, no a los miles de millones de mecanismos y submecanismos (...)»

miércoles, 9 de febrero de 2011

Guerra y guerra, L. Krasznahorkai (3)

László Krasznahorkai, Guerra y guerra, Ed. Acantilado, pp. 132-133:
«(...) y enseguida se presentó el alba, que con los primeros rayos del sol encontró a los cuatro ya fuera, delante de la casa, agachados todos sobre la hierba junto a una de las higueras, observando el anuncio todavía velado de la luz, mirando la salida del sol en el lado oriental de la bahía, pues todos coincidían en que pocas cosas había más bellas en la Tierra que la salida del sol, que la aurora, dijo Kasser, ese ascenso maravilloso, esa repetición portentosa del nacimiento de la luz, esa celebración derrochadora del retorno de la vista, de los perfiles y de la nitidez, esa fiesta de todo retorno y del retorno de la propia plenitud, agregó Falke, el momento de la seguridad, de la regularidad y del orden, el nacimiento y la ceremonia central del nacer, a buen seguro que no había nada más hermoso, se sumó Kasser, y todavía no habían dicho nada sobre cuanto ocurría en un hombre que veía todo eso, que se convertía en testigo silencioso de tal hechizo, sí, dijo Falke, pues si bien indicaba una dirección contraria que la puesta, la aurora, con su sobra claridad, era comienzo y partida, fuente de energía benéfica, al igual que la primera, pero también manantial de la confianza, señaló Kasser, pues cada mañana implicaba una confianza absoluta, y cuántas cosas más, añadió Falke (...)»

martes, 8 de febrero de 2011

Guerra y guerra, L. Krasznahorkai (2)

László Krasznahorkai, Guerra y guerra, Ed. Acantilado, pp. 57-58:
«(...) eso es lo que le enseñó Hermes, el dios de los caminos nocturnos, el dios de la nocturnidad, de la noche cuyo poder, en presencia de Hermes, se extiende inmediatamente también al día, pues tan pronto como se presenta en un lugar, enseguida transforma el mundo humano, dejando en apariencia que el día sea día, reconociendo en apariencia el poder de sus compañeros olímpicos, permitiendo que todo transcurra, en apariencia, según los planes de Zeus, mientras que Hermes susurra a sus súbditos que esto no es del todo así, y los introduce entonces en la noche, les enseña el caos increíblemente complejo de los caminos, los enfrenta a lo repentino, lo inesperado, lo imprevisible y lo casual, con las difusas ventajas del riesgo y de la propiedad, de la muerte y de la sexualidad, en una palabra, expulsa a sus súbditos de la claridad de Zeus y los inicia en la oscuridad hermética (...)»

lunes, 7 de febrero de 2011

Guerra y guerra, L. Krasznahorkai

László Krasznahorkai, Guerra y guerra, Ed. Acantilado, p. 57:

«(...) lo cierto era que ocurrió, que se enteró de la existencia de Hermes, tal vez por el homno de Homero, tal vez por Kerényi, tal vez por el maravilloso Graves, quién sabía por cuál de ellos, dijo Korin, y ésa fue si se le permitía expresarlo así, la fase iniciática, a la que de inmediato siguió otra, la de la profundización, en la cual leyó única y exclusivamente la grandiosa e insuperable obra de Walter F. Otto, Die Götter Griechenlands (Los dioses de Grecia), concretamente el capítulo correspondiente en la traducción húngara, ¡qué quedó hecha jirones!, y a partir de ese momento la inquietud irrumpió en su vida, a partir de entonces las vio de otra manera, las cosas cambiaron (...)»